|

Agua en el desierto

Indudablemente en las zonas desérticas el agua es un bien escaso y difícil de encontrar. Salvo algunos oasis, repletos de palmerales, con mucha vegetación y vida, normalmente estaremos horas y horas sin ver una sola gota de agua. No obstante, son muchos los oueds, o cauces secos de ríos por los que tendremos que pasar.

Normalmente están secos, pero cuando llueve, aunque sea a muchos kilómetros de distancia, son realmente peligrosos. Su caudal aumenta en muy poco tiempo, arrastrando a su paso rocas y ramas.

En una ocasión, levantando un libro de ruta, nos encontramos que el camino nos obligaba a cruzar un oued bastante crecido, algo que por cierto dada la época del año y la zona no nos esperábamos.

Después de no pocas vueltas conseguimos encontrar una zona con lo que parecía un paso habilitado de cemento totalmente inundado pero en el que se intuía  la entrada y la salida, además, ésta última daba justo al pueblo.

Teóricamente el suelo era firme, pero en algunos sitios el agua podía superar el metro de altura.

La entrada y la salida estaban muy definidos, pero el cauce era muy ancho, y con fuerte corriente.

Después de dar muchas vueltas este era la mejor zona para cruzar el oued, se intuía la entrada y la salida, pero el caudal y la distancia no lo hacían recomendable.
Después de dar muchas vueltas este era la mejor zona para cruzar el oued, se intuía la entrada y la salida, pero el caudal y la distancia no lo hacían recomendable.

Como suele ocurrir en estos casos, tanto el conductor del vehículo como yo nos quedamos callados, mirando fijamente el cauce y sin decir ni una palabra, en espera de que la decisión final, en uno u otro sentido fuese del otro, ya sabéis, como el chiste “pasa tú que a mi me da la risa”.

Al final ésta fue mía, y en un alarde de sana cobardía, a la cual suelo recurrir en estos viajes por supervivencia y con la intención de hacer muchos más, y tal y como decíamos en mi primer club, el Club Lince 4×4, dimos la vuelta y seguimos avanzando, eso sí, huyendo en la medida de lo posible del oued y bordeándolo durante muchos kilómetros hasta que por fin encontramos un puente de piedra, que sin ser nada del otro mundo, si nos daba la suficiente seguridad.

Hasta que no encontramos un puente de piedra no nos atrevimos a atravesar el oued. En algunas zonas la profundidad podía superar con creces el metro de altura.
Hasta que no encontramos un puente de piedra no nos atrevimos a atravesar el oued. En algunas zonas la profundidad podía superar con creces el metro de altura.

En alguna que otra ocasión he tenido la sensación de flotar en un vadeo, y tener que recurrir al viejo truco de abrir las puertas del vehículo para que se asentase y tuviera tracción, y la verdad es que no es nada agradable, y menos a varios miles de kilómetros de tu casa. Ya se sabe, en estos viajes, “pequeño problema, es gran problema”.

Mi consejo, y como siempre que cada uno se equivoque por sí solo, es que los experimentos al lado de casa, y en las travesías, mientras más lejos, más conservador.

Reportaje: Alejandro Triviño

Publicaciones Similares